Foodtechs y el reto de la inseguridad alimentaria mundial

Las empresas tecnológicas buscan soluciones para producir suficientes alimentos para satisfacer la demanda mundial. Conozca algunas de las iniciativas de las foodtechs.

Foodtechs y el reto de la inseguridad alimentaria mundial

A finales de 2020, una encuesta publicada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) reveló que más de 2.300 millones de personas no tenían acceso a una alimentación adecuada ese año. De este total, 811 millones estaban malnutridos, alrededor del 9,9% de la población mundial. En 2019, esta tasa fue del 8,4%, lo que demuestra un empeoramiento del hambre en el mundo como uno de los muchos impactos de la pandemia en la vida de las personas.

El estudio, denominado «El estado mundial de la inseguridad alimentaria y la nutrición (SOFI) 2021», ha sido realizado por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), en colaboración con otras agencias de la ONU como UNICEF, la OMS y el PMA, el programa mundial de alimentos de la ONU.

Sus datos muestran la necesidad de que los países resuelvan el complejo reto de garantizar un acceso amplio y sin restricciones a los alimentos para los más de 7.800 millones de habitantes del planeta. Esto implica aumentar la producción mundial, promover su distribución más justa, garantizar la calidad de lo que llega a la mesa, reducir los residuos y generar el menor impacto ambiental posible en toda la cadena.

Para hacer frente a este reto, las foodtechs han entrado en escena y han pasado a formar parte del menú principal de los grandes productores de alimentos. Son start-ups ágiles y absolutamente innovadoras, que se suman a las estructuras de las empresas y se animan a encontrar respuestas al incesante aumento de la demanda de alimentos en todo el mundo.

Carne cultivada

Estas nuevas empresas han sido esenciales para crear nuevos alimentos, aumentar la productividad, distribuir los productos de forma más eficiente, controlar la calidad del ciclo de producción y mitigar el impacto medioambiental del sector.

En cuanto al desarrollo alimentario, el fenómeno más reciente es la llamada «carne cultivada». En definitiva, se trata de filetes, hamburguesas y nuggets producidos en laboratorios a partir de células de origen animal (vacuno y avícola) o de tejidos creados con fibras vegetales. Uno de los casos más conocidos es el de Eat Just, una empresa foodtech californiana fundada en 2011 que se ganó el mundo al desarrollar huevos hechos con brotes de soja (ya se han vendido más de 100 millones) y carne de pollo a partir de células extraídas de plumas de gallina. En 2020, Singapur fue el primer país del mundo en aprobar y autorizar la comercialización de este tipo de carne a gran escala.

Con el mismo concepto, la también estadounidense Upside Foods está apostando con fuerza por este mercado de carne cultivada dentro de biorreactores. El pasado diciembre, la empresa inauguró una moderna fábrica de 16.000 metros cuadrados que podrá producir 23 toneladas de proteína animal sin sacrificar seres vivos. La startup también afirma que este proceso reduce en un 90% el consumo de recursos naturales como el agua y el suelo, habituales en la forma tradicional de criar ganado y pollos, y reduce las emisiones de gases de efecto invernadero en el mismo porcentaje.

El caso más famoso, sin embargo, es el de Beyond Meat. Fundada en 2009, la empresa produce carne de vacuno de origen vegetal utilizando como ingredientes proteína de guisante, aceite de canola y zumo de remolacha. Desde entonces, ha recibido grandes aportaciones de grandes inversores como Bill Gates y, en 2019, realizó su salida a bolsa en el mercado de Nueva York.

El factor económico, además, llama la atención en este nuevo segmento de alimentos desarrollados con alta tecnología. Según un artículo publicado por la consultora McKinsey en junio del año pasado, la industria de la carne cultivada podría representar entre el 0,5% y el 1% de todo el suministro mundial de proteínas animales en 2030. Un mercado valorado en 25.000 millones de dólares.

Una agricultura más productiva y sostenible

En los últimos años, las inversiones en tecnología digital para la agricultura han acelerado el ritmo. Tras la mecanización de los años 1990-2000, con nuevas máquinas que potencian la capacidad de siembra y cosecha, la última ola tecnológica apuesta por la inteligencia de datos.

La aplicación de tecnologías como el IoT, el edge computing, el big data, los drones y los satélites para recoger y procesar información ha permitido ampliar la producción, reducir los costes y realizar una actividad agrícola más respetuosa con el medio ambiente.

La combinación de máquinas modernas conectadas y basadas en datos tiene su eficacia demostrada en cifras. Cuanto más tecnificado esté el campo, mayor será la productividad y menor la ocupación del suelo. Un estudio de Embrapa (Empresa Brasileira de Produção Agrícola) señala que, entre 1975 y 2017, la producción nacional de granos creció seis veces en el período, mientras que la frontera agrícola de este cultivo sólo aumentó dos veces.

La adopción de recursos digitales se ha extendido cada vez más en las zonas rurales de Brasil. Según una encuesta de McKinsey realizada en julio de 2020 a 750 productores de 11 estados brasileños, el 34% dijo que utilizaba algún tipo de tecnología para comprar artículos que mejoraran los cultivos. En Estados Unidos, este porcentaje es del 26%.

Algunas de estas cifras obtenidas por la consultora sobre el viaje digital de los agricultores en Brasil pueden verse a continuación:

  • El 85% utiliza WhatsApp a diario para cuestiones relacionadas con la granja;
  • El 70% accede a sitios web para obtener información sobre productos y servicios relacionados con la actividad rural;
  • El 66% compra insumos, semillas y fertilizantes por Internet;
  • El 56% también vende sus cosechas en plataformas digitales.

Delivery

Las plataformas digitales creadas por las startups también han contribuido a facilitar el acceso del consumidor final a los alimentos. En Brasil han surgido varias aplicaciones y sitios de comercio electrónico para acortar la distancia entre quienes producen y quienes compran, especialmente verduras, frutas y legumbres. Estos servicios vienen al hilo del deseo de alimentos más sanos y frescos, muy estimulado en la pandemia. Para el 75% de los brasileños, este hábito ayuda a mejorar el bienestar y la salud (Instituto QualiBest).

En general, la compra de alimentos y bebidas por Internet se disparó el año pasado. Los pedidos de consumo inmediato se han duplicado con creces (107%) con respecto a 2020, como indica el estudio Webshoppers 45 realizado por Nielsen. Las compras de mercado a través de medios digitales es otro fenómeno impulsado por la crisis de Covid: entre marzo de 2020 y julio de 2021, este tipo de adquisición creció un 900% en Brasil.

También hay foodtechs preocupadas por el desperdicio de alimentos. En el mundo se desperdician aproximadamente mil millones de toneladas de alimentos (FAO/ONU). En Brasil, cada año se desperdician unos 15 millones de toneladas de frutas y hortalizas (Embrapa).

Buena parte de las iniciativas buscan comercializar productos almacenados en los centros de distribución de la gran distribución y que están próximos a su fecha de caducidad. Con precios más asequibles y un servicio de entrega ágil, estas startups venden la idea de una estrategia en la que el consumidor y el vendedor ganan al distribuir artículos que se incinerarían tras la fecha de caducidad sin haber sido ofrecidos nunca a la gente.

Inteligencia artificial y blockchain

Dos tecnologías en particular han ido ganando relevancia entre las foodtechs que sirven a la industria alimentaria en los últimos años: la inteligencia artificial y el blockchain. En común, ambos han contribuido a elevar la calidad de los productos que llegan a la mesa de los ciudadanos.

Los sistemas inteligentes combinados con el aprendizaje automático han actuado en la industria de diferentes maneras, reduciendo el riesgo de fallos humanos en los procesos de producción. Un caso interesante es el de Turquía, donde las «narices electrónicas» (e-noses) se han utilizado con los productores de aceite de oliva de la región de Balikesir. Una vez programados, la función de estos sensores de olor era identificar posibles adulteraciones en el aceite de oliva, reconociendo combinaciones de diferentes añadas y de calidad inferior que pudieran comprometer el valor de los aceites.

El uso de blockchain, por otro lado, tiene el gran diferencial de permitir el seguimiento instantáneo de toda la cadena de producción que involucra a los alimentos. Así, a partir de un simple código QR en el envase del producto es posible ver todos los puntos de contacto relacionados con el mismo, desde el momento de la plantación, el crecimiento, la ubicación de origen, la manipulación, el envasado y las emisiones de gases de efecto invernadero con el transporte antes de llegar al estante del supermercado.

En Europa, el gigante minorista francés Carrefour ya ofrece este tipo de servicio, que permite a los compradores seguir el recorrido de producción de varios artículos: desde productos lácteos y pollo hasta tomates y salmón.

La gran ventaja que incorpora este recurso no es sólo la rapidez del control, sino la garantía de que los alimentos cumplen absolutamente todos los requisitos sanitarios de cada país relacionados con la producción de alimentos. Según la OMS, alrededor de 600 millones de personas en el mundo sufrieron algún tipo de intoxicación alimentaria en 2020. La aplicación de la tecnología blockchain en la industria alimentaria es, por tanto, una herramienta esencial para mejorar la salud pública.

Legados y nuevos hábitos

Para el sector alimentario, la pandemia no sólo ha puesto de manifiesto la inseguridad alimentaria que afecta a un gran número de personas, sino que también dejará como legado la creciente conciencia de que todo el mundo necesita comer cada vez mejor. Además, ha generado en la gente un deseo de transparencia. Cada vez más quieren saber lo que realmente comen, cómo se ha producido y el impacto del proceso en el clima.

Para los analistas, la sustitución de los hábitos de consumo -como aceptar con más naturalidad que el filete de la sartén se haga en un laboratorio- es sólo cuestión de tiempo. Al igual que cualquier otro cambio en el comportamiento social, este será un proceso a largo plazo, como otros experimentados en diferentes sectores.

En la industria del automóvil, por ejemplo, el uso de coches eléctricos no empezó a popularizarse hasta hace poco y ahora vive un momento de fuerte expansión. Según informes de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), la cuota de mercado mundial de los vehículos eléctricos se duplicó el año pasado respecto a 2020, con un total de 6,6 millones de coches eléctricos vendidos.

Pero antes es necesario garantizar un acceso mínimo a los alimentos para la población más vulnerable de los países. Una misión que requiere la acción conjunta de agentes públicos y privados, así como una estricta vigilancia por parte de las entidades que cuidan del medio ambiente. Existe un consenso sobre la necesidad de aumentar la producción mundial de alimentos, pero no a costa de la devastación de la naturaleza.

La tecnología es el motor de toda esta transformación. Las empresas del sector y las startups deben profundizar aún más en los problemas que conducen a la falta de alimentos adecuados en los platos de más de dos mil millones de personas cada año, y encontrar soluciones para mitigar este drama universal mediante el desarrollo de nuevos modos de producción y distribución de alimentos más sostenibles, ágiles, accesibles y conectados.